MUNDO MODERNO.

                            

Interpretación de la evolución cultural y de la civilización. Image

 

 

Fenómenos sociales, políticos y económicos de globalización en el mundo actual

 

Interpretación del nuevo orden mundial y hegemonía estadounidense

Estados Unidos se convirtió en la única potencia mundial después de la desaparición del mundo bipolar. El fin de ese mundo estuvo marcado por el cese del conflicto político-ideológico Este-Oeste entre la Unión Soviética y Estados Unidos, después de la desaparición de la URSS, y por el colapso del socialismo real, que tuvo como inicio significativo la caída del Muro de Berlín, que dividía Alemania en dos. Esta nueva hegemonía no significó el fin de los conflictos bélicos que habían caracterizado la época anterior. Por el contrario, se produjeron constantes enfrentamientos que permitieron asentar la supremacía política y comercial de Estados Unidos. Sin embargo, análisis recientes de la situación mundial han señalado la crisis cada vez más fuerte de Estados Unidos, que está dando paso a una hegemonía multilateral, con nuevos países emergentes.

La caída del estatismo soviético y consolidación del capitalismo

A su caída, la URSS era una potencia militar y la tercera economía del mundo; sin embargo, su desarrollo se había estancado desde inicios de los años ochenta, entre otras cosas, por la incapacidad estatal de promover la transición del país a la era de la información. La Unión Soviética perdió la posibilidad de incorporarse a las revoluciones tecnológicas de la información a mediados de los setenta, mientras que las economías de los países occidentales centraron su desarrollo en ellas. Se creó así una brecha tecnológica entre el bloque socialista y las economías occidentales.

La supremacía del imperio estadounidense

La caída de la Unión Soviética dejó a Estados Unidos sin un contrapeso en el escenario mundial, lo que le permitió consolidarse como la primera potencia militar con intereses financieros, industriales y comerciales en diversas partes del mundo. Desde esta posición el gobierno estadounidense ha buscado ejercer protectorados militares en regiones estratégicas para la economía capitalista. Las políticas estadounidenses deciden, de manera unilateral, cuándo y cómo intervenir en cualquier nación, ante trastornos políticos, religiosos o sociales, con el objetivo de asegurar el comercio y los intereses financieros de las empresas que ese país representa.

En este programa de supremacía global, el presupuesto militar continúa siendo fundamental, a tal grado que no ha sufrido grandes cambios, no obstante el fin de la Guerra Fría.

La idea de la supremacía norteamericana fue expresada por Les Aspin, secretario de Estado en la administración de Bill Clinton, quien declaró que Estados Unidos debe ser la única nación del mundo que mantiene.

Durante los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, la política internacional de Estados Unidos ha debilitado la influencia de los organismos e instituciones internacionales, que habían sido fuentes de derecho para las relaciones entre Estados. La ONU, por ejemplo, ha sido incapaz de contener las acciones intervencionistas de Estados Unidos en distintas partes del mundo.

En el caso de los derechos humanos, el gobierno estadounidense se ha negado a reconocer las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la situación de los presos que Estados Unidos tiene en Guantánamo, con el argumento de que son “enemigos de la democracia y de la libertad”. El gobierno estadounidense tampoco ha reconocido el estatus de la Corte Internacional de la Haya para juzgar a criminales de guerra.

La política estadounidense posterior a la desintegración del socialismo real, fue iniciada bajo el régimen del presidente George Bush, padre. En enero de 1991, este personaje declaró, mientras sus aviones bombardeaban Bagdad y Basora, que Estados Unidos lideraría “un nuevo orden mundial en el que diversas naciones se unirían en una causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y el imperio de la ley”.

Estados Unidos logró, por un tiempo, ejercer la supremacía en la economía mundial, convirtiéndose en el capital dominante en las finanzas, en la farmacéutica y en la biotecnología, así como en las tecnologías de la información y en el comercio; es decir, en los sectores más importantes de la “nueva economía”.

Conflictos bélicos después de la desintegración del socialismo

La desaparición de la Unión Soviética y, con ella, la reestructuración de un mundo bajo la hegemonía de Estados Unidos no significó el fin de los conflictos bélicos. Por el contrario, muchas de las tensiones manifiestas durante la Guerra Fría han cobrado nueva fuerza y provocado fuertes conflagraciones.

La guerra del golfo Pérsico

La existencia de reservas de petróleo y gas en Medio Oriente han convertido esta región en estratégica para Estados Unidos, sobre todo desde los años setenta, cuando la economía estadounidense empezó a depender en mayor medida de la producción petrolera generada en esta zona.

En el caso del conflicto bélico entre Irán e Irak (1981- 1988), Estados Unidos apoyó al gobierno de Sadam Hussein para frenar la expansión del fundamentalismo islámico iraní, que ponía en peligro la estabilidad política de la zona y, por consiguiente, su acceso a la producción petrolera de Arabia Saudita. En 1989, la administración de George H.W. Bush otorgó créditos al régimen iraquí por mil millones de dólares. La justificación fue  que Irak era muy importante para los intereses de estadounidenses en el Medio Oriente, pues podía influir en el proceso de paz con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP); además, Irak ofrecía grandes oportunidades de negocios a las compañías estadounidenses.

El conflicto de los Balcanes

La desintegración de Yugoslavia se inició con la independencia de naciones como Croacia y Eslovenia, en 1991. Estos movimientos fueron apoyados por los países católicos europeos y por el Vaticano. Una vez independizada, Croacia comenzó a desarrollar su fuerza militar, logrando igualar en poco tiempo al ejército yugoslavo, dominado por los serbios.

Enfrentados en una guerra abierta, Serbia y Croacia recrudecieron los odios étnico-religiosos y fomentaron expresiones de violencia desbordada: violaciones a los derechos humanos, tortura, masacre de civiles, limpieza étnica, bombardeos indiscriminados, campos de concentración. La prensa occidental atribuyó a los serbios mayor brutalidad, aunque los excesos fueron ejecutados por ambos bandos

El nuevo enemigo del imperio estadounidense

El poder hegemónico de Estados Unidos fue incuestionable durante la última década del siglo xx. Su posición estuvo favorecida por el boom especulativo de su economía, entre 1995 y 1999; sin embargo, inició el siglo XXI con un periodo de recesión, y las compañías norteamericanas empezaron a ser desplazadas por sus contrapartes europeas. Durante los primeros años del siglo XXI, la presencia militar de Estados Unidos en el Medio Oriente no se había traducido en un control absoluto de la producción petrolera; en Latinoamérica, varios países cuestionaban el predominio de los intereses norteamericanos sobre la región y sus intentos por crear un mercado continental o Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

El nuevo enemigo del imperio estadounidense, el terrorismo islamista, tenía en Al-Qaeda su máximo exponente. La organización, además, estaba perfectamente adaptada a la era de la globalización; tenía ramificaciones multinacionales, tanto en naciones árabes, como en países occidentales; contaba con redes financieras y recursos económicos para su funcionamiento; tenía conexiones mediáticas para difundir sus comunicados, centros de enseñanza y de formación, órganos de propaganda y manejaba intensivamente la red informática. Paradójicamente, Osama Bin Laden, líder de Al-Qaeda, había sido entrenado y financiado por Estados Unidos durante los años setenta, para conformar brigadas islamistas que combatieran al ejército soviético en Afganistán; estas mismas brigadas fueron la base de la nueva organización antiestadounidense.

La invasión a Irak y los intereses petroleros

La ofensiva contra el terrorismo no terminó con la ocupación de Afganistán, que sólo representaba un paso en la estrategia imperialista de Estados Unidos. Después, se enfocó en los países petroleros de la región, que desde tiempo atrás significaban un problema para los intereses estadounidenses: Irán e Irak. Asimismo, se incluyó a Corea del Norte. Estados Unidos los acusaba de ser gobiernos que protegían y financiaban terroristas y que poseían armas de destrucción masiva, lo que ponía en peligro la paz mundial   

La globalización en el mundo actual

Aunque el proceso de globalización no es reciente, pues surgió con el capitalismo hace ya cerca de 500 años, el tipo de globalización que hoy vivimos tiene características particulares. Actualmente está asociada a las medidas instrumentadas por empresas y gobiernos, desde mediados de la década de los setenta, para reestructurar el sistema capitalista que había entrado en crisis.

Tales medidas se sistematizaron en el Consenso de Washington. En un principio se trató de un listado de políticas económicas consideradas por los organismos financieros internacionales para los países latinoamericanos, con el objetivo de impulsar su crecimiento, tras la crisis del modelo de desarrollo de sustitución de importaciones. Posteriormente se convirtió en un programa de aplicación mundial que implicó la instrumentación de medidas como las siguientes: disciplina fiscal, reordenamiento de las prioridades del gasto público, reforma impositiva, liberalización de las tasas de interés, una tasa de cambio competitiva, liberalización del comercio internacional y entrada de inversiones extranjeras directas, privatización, desregulación laboral y derechos de propiedad.

Estas acciones tuvieron como objetivo incrementar la acumulación del capital y la productividad de las empresas por medio de tres estrategias:

a) Disminuir el costo del trabajo: salarios bajos, desregulación de las relaciones laborales, debilitamiento del sindicalismo, entre otras medidas.

b) Debilitar el papel del Estado como redistribuidor de la riqueza: privatización de sectores económicos y servicios públicos; programas de ajuste estructural y de austeridad impuestas por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI); reducir el pago tributario de las empresas.

c) Fomentar el libre cambio: eliminar obstáculos al flujo de mercancías y capitales en el mundo.

Los agentes de la globalización

Los organismos internacionales que promueven y regulan la dinámica de la globalización, “el consejo de vigilancia planetaria”, son la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se oponen a las barreras arancelarias y a todo tipo de reglamentación que obstaculice la libre circulación de capitales y mercancías. Por ejemplo, la OMC, que sustituyó al GATT, en 1995, se abroga el poder sobre los países miembros de calificar si las legislaciones nacionales en materia de trabajo, ambiente o salud pública son “contrarias a la libertad de comercio” o no, y exigir su derogación, por encima de la soberanía de esas naciones.

La globalización de los mercados, intercambio internacional de bienes y servicios, se vio favorecida con el desarrollo de la revolución informática. Tal incremento se debió, sobre todo, al uso de las computadoras personales a inicios de los ochenta. Se ha creado así, una economía capitalista interconectada que abarca todo el planeta, a través de la cual se realizan la mayoría de las transacciones financieras. Las tecnologías electrónicas y los sistemas modernos de transporte y comunicaciones permiten que esta red financiera y de negocios funcione de manera eficiente. Podemos decir que, por primera vez en la historia, todo el planeta está organizado en torno a un conjunto de reglas económicas comunes. Esta revolución de las tecnologías de la información ha acelerado la concentración de capital y de poder en las empresas transnacionales.

Los defensores de la globalización argumentan que no es posible ni deseable imponer algún tipo de regulación social o política a la economía mundializada, por ser una vía para el crecimiento y la prosperidad económica de todos los países del orbe; sin embargo, para todos es evidente que el libre flujo de mercancías y capitales ha beneficiado a los grandes consorcios transnacionales, en perjuicio de las economías de países en vías de desarrollo, como México, que han visto crecer el abismo que los separa de las potencias más ricas del planeta, el llamado grupo de los siete (G7): Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Japón y Canadá. Los globalizadores son este selecto club de países, los globalizados son los países emergentes que han padecido los estragos de las crisis financieras globalizadas.

Varias de las crisis económicas por las que han atravesado los países emergentes han sido generadas por el capital financiero. La salida masiva de capitales de un país determinado lo obliga a rematar sus fuentes estratégicas de riqueza como los hidrocarburos y las telecomunicaciones, a favor de las empresas transnacionales. Así, las economías nacionales están controladas por los mercados financieros y por las transnacionales. (INITE, 2009).

Capitalismo y desarrollo sustentable

¿Se ha sacrificado a la Tierra en aras de las ganancias materiales? Todo parece indicar que así está sucediendo, si no frenamos la voracidad del sistema económico capitalista que ha convertido en mercancía prácticamente todo lo existente y lo creado. Nosotros tenemos capacidad de acción como consumidores. Debemos entender que varios de los productos que usamos en nuestra vida diaria, tanto en su producción como en su utilización y desecho, representan una afectación para nuestro entorno natural, un costo que tendremos que pagar si no encontramos soluciones a nuestros problemas.

La explotación irracional de los recursos naturales, la contaminación del aire, la tierra y el agua, la afectación a la biodiversidad, han alterado el ritmo de la naturaleza, a tal grado que hoy el término “calentamiento global” forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. No se trata del fin del mundo, pero tenemos que cambiar el rumbo. Nosotros y, sobre todo, los países desarrollados, que generan anualmente dos mil millones de toneladas de residuos industriales sólidos y cerca de 350 millones de toneladas de detritos peligrosos.

Los estragos generados en el ambiente por la producción, uso y desecho indiscriminado de todo tipo de objetos de la vida moderna, comenzaron a estar presentes en la conciencia mundial desde los años ochenta, dando lugar al surgimiento de un proyecto que pretendía conciliar el crecimiento económico con la protección del entorno natural, al que se llamó “desarrollo sustentable”. En la actualidad, muchos países han adoptado medidas para ajustarse a un desarrollo sustentable; otros, no; el caso de China, es el más sintomático, ya que debido a su gran actividad industrial de los últimos años, se ha convertido en el primer emisor de gas de efecto invernadero del planeta

Los acuerdos internacionales para tratar de contrarrestar el calentamiento global y la destrucción de la capa de ozono han tenido la oposición decidida del gobierno estadounidense, que se ha negado a firmar el Protocolo de Kioto para reducir la emisión de gas con efecto invernadero. Los intereses de las empresas transnacionales afectan negativamente el desarrollo sustentable, en la medida en que los flujos de inversiones que generan contaminantes buscan asentarse en países con una regulación ambiental baja para evadir restricciones, pero que de cualquier manera contaminan a todo el planeta. Por ello, en la Cumbre celebrada por la ONU en Johannesburgo en 2002, se calificó a la globalización como “el enemigo público número uno” del desarrollo sustentable.

En este mundo de flujo continuo de capitales, mercancías e información, se han desarrollado también poderosas organizaciones criminales interconectadas en actividades conjuntas por todo el planeta. Este fenómeno afecta profundamente a la economía, la política y la seguridad nacionales e internacionales, así como a la sociedad en general.

Estados Unidos se ha visto desplazado de su posición de potencia económica por sus competidores de la Unión Europea y del noreste asiático, en especial por el “circuito étnico chino” (China, Hong Kong, Taiwán y Singapur). Por si fuera poco, en el Foro Económico Mundial de Davos, en 2007, se hizo evidente el potencial de fuerzas económicas emergentes (Brasil, Rusia, India y China), bautizado como el bric, cuyas economías representan 40 por ciento del crecimiento mundial. Se considera que estos países pronto desplazarán a la dupla anglosajona de los primeros lugares, dando lugar a un nuevo orden económico mundial.

El avance de las empresas petroleras estatales es indicador significativo del declive del poderío estadounidense. Éstas comienzan a desplazar a las empresas transnacionales privadas anglosajonas (Exxon-Mobil, Royal-Dutch, British Petroleum y Chevron-Texaco). Las petroleras estatales: ARAMCO (Arabia Saudita), Gazprom (Rusia); Petrobras (Brasil), CNPC (China); NIOC (Irán); PDVSA (Venezuela); y Petronas (Malasia), controlan la tercera parte de la producción de petróleo y gas, y más de una tercera parte de las reservas de ambas; en tanto que las petroleras anglosajonas sólo producen 10 por ciento del petróleo y gas, y poseen apenas 3 por ciento de las reservas. Éste es un signo inocultable de la desglobalización, que reposiciona a los Estados-nación por encima de las transnacionales.

“Otro mundo es posible”, fue la frase emblemática de los opositores a la globalización, organizados en el Foro Social Mundial, realizado por primera vez en Porto Alegre, Brasil, en 2001. Desde entonces, se ha reunido cada año, en distintas sedes. Los altermundistas, como se ha llamado a los participantes en el Foro, se definen como un movimiento de solidaridad global, unidos para “luchar contra la concentración de la riqueza, la proliferación de la pobreza y la desigualdad, y la destrucción de nuestro planeta”. Este espacio es una estructura flexible en el que coinciden individuos, organizaciones y movimientos, tanto de las naciones desarrolladas, como de los países emergentes, que buscan impulsar acciones militantes para contrarrestar los males sociales provocados por el neoliberalismo y su principal apoyo, Estados Unidos.

Se trata de construir una “civilización mundial de la solidaridad y de la diversidad”, un mundo alternativo, una sociedad nueva sustentada en una estructura política y económica radicalmente diferentes a las sostenidas por el capitalismo global, que propicie una vida digna para todos y ponga en el centro al individuo social y no al mercado, y que se oponga al racismo, al machismo y a cualquier forma de discriminación.

Lo que se busca es mundializar la justicia social, por lo que señalan que su objetivo es “crear un mundo sin pobreza y sin desempleo, sin discriminación y sin injusticia, sin ninguna forma de terrorismo y sin la amenaza de guerra y opresión; un mundo basado en la plena democracia y en el respeto de los derechos humanos”.

México en tiempos de globalización y neoliberalismo

A mediados de 1980 se inició en nuestro país el proceso de liberalización, apertura e integración comercial. Para el gobierno priista, este modelo garantizaba la generación de un aparato productivo eficaz y la inserción del país en el nuevo contexto de la globalización. Con ese objetivo, México se integró al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, en 1985 (GATT, hoy OMC), y firmó con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLC o TLCAN), mismo que entró en vigor en enero de 1994.

Con el TLC, México obtuvo algunas ventajas en términos de intercambio comercial y de crecimiento económico —el comercio entre nuestro país y Estados Unidos se ha incrementado cinco veces entre 1994 y 2002, con una balanza comercial sistemáticamente favorable—; sin embargo, poco avanzó en la disminución de las desigualdades sociales y territoriales. De hecho, con la liberalización comercial aumentaron los niveles de desempleo y se deterioraron los salarios y las condiciones de trabajo. En el plano territorial se incrementaron las disparidades regionales, dándose una mayor inversión de capital y de flujos comerciales en los grandes centros urbanos y en la zona fronteriza norte; mientras que los estados del centro y sur del país, predominantemente agrícolas y con mano de obra barata pero poco calificada, quedaron fuera de los flujos de desarrollo.

La promoción del libre comercio en México se acompañó con políticas como: privatización del aparato productivo estatal, adecuación de la legislación laboral para beneficio de los inversionistas, abandono de la inversión en los servicios públicos de educación y salud, que se tradujo en una caída de su calidad y cobertura.

 

La privatización de empresas estatales significó su apertura al capital extranjero y de la reducción de aranceles. Se remataron empresas de sectores clave de la economía nacional como las telecomunicaciones (Telmex), la siderurgia (SICARTSA y AHM), la minería (Cananea), y la banca (Banamex, Bancomer). En la mayoría de los casos estas empresas fueron saneadas con recursos públicos antes de ser vendidas.

En la sociedad mexicana se incrementaron drásticamente los niveles de pobreza; en dos décadas, de 1980 a 1997, el índice de pobreza urbana aumentó en 25 por ciento, en tanto que en el campo se mantuvo en 54 por ciento. Buena parte del incremento de la pobreza en los centros urbanos obedeció al fenómeno migratorio del campo a la ciudad; es decir, la población que migró lo hizo con su pobreza y en la ciudad sólo la recreó en otro tipo de condiciones y actividades. La polarización social es tal que, mientras 20 por ciento de la población más pobre del país tiene 3.4 por ciento de los ingresos, 20 por ciento más pudiente se apropia de 57.6 por ciento.

Los sectores más afectados por la liberalización comercial fueron el agrícola y las comunidades rurales, en especial de la región centro y sur del país, por su bajo nivel educativo, su precaria infraestructura y escasa aglomeración de actividades económicas. A esto se sumaron las restricciones presupuestales y el abandono del aparato estatal, traducido en una asistencia técnica limitada y en la reducción de los créditos. Finalmente, el incremento del costo de los insumos para la agricultura y los bajos precios de los productos agrícolas han llevado al campo mexicano a una grave crisis. Los productores agrícolas mexicanos no pueden competir con Estados Unidos y Canadá debido a los fuertes subsidios que éstos reciben de sus gobiernos y por la diferencia abismal en maquinaria, métodos de cultivo, irrigación, insumos de mejor calidad, acceso a los mercados, etcétera.

La situación del campo mexicano se agravará aún más a partir de 2008, con la entrada en vigor de la liberalización comercial del maíz, fríjol, azúcar y leche.

Millones de mexicanos han emigrado a Estados Unidos en los últimos catorce años y se ha extendido el fenómeno migratorio a regiones y grupos sociales que no eran expulsores tradicionales de fuerza de trabajo, como es el caso de los migrantes urbanos. Se calcula que el promedio anual de migrantes a partir de la segunda mitad de los años noventa ha sido de 350 mil, como resultado del estancamiento económico de nuestro país y el crecimiento de la economía de Estados Unidos, que generó una mayor demanda de fuerza de trabajo; y aunque las condiciones en que laboran nuestros compatriotas son difíciles, para muchos es la única opción que les queda para mejorar su nivel de vida. La cantidad de emigrantes es tal, que las remesas que envían son la segunda fuente de ingresos de la economía nacional, sólo por debajo del petróleo.

de mambriz23